sábado, 14 de septiembre de 2013

El sonido de la perseverancia.

Mientras cientos de humanos trabajaban, inconscientes del agotamiento, las mareas se agitaban y los cielos se nublaban. Las aves se precipitaban y huían como si supieran lo que se avecina. Un pequeño temblor, no muy fuerte pero suficiente como para alarmar a cualquiera, se hizo presente. El ruido que produjo se asimilaba a los llamados guturales producidos por las bestias de los escritos.
A pesar de estas condiciones, aquellos hombres continuaban trabajando.

Un fuerte viento comenzó a alzarse, las hojas de los árboles vecinos se rendían ante el golpe, mientras que la arena mortificaba a los humanos que permanecían expuestos. Podía sentirse la sal del mar, las aguas calientes a pesar del viento frío. Cientos de miles de insectos se elevaron para cubrir aún más los cielos.
Y, sin embargo, a pesar de estas condiciones, aquellos hombres continuaban trabajando.

Continuaban trabajando ignorando lo que sucedía ya que ellos eran quienes producían la espantosa exhibición, en un culto a su única y gran deidad a quien intentaban complacer por medio de oraciones y construcciones.
La respuesta no se hizo esperar, la deidad se hizo presente; y ese fue el momento, en el que los hombres se arrepintieron. Cuando notaron que los textos habían sido malinterpretados y alterados por el antíteto de aquel a quien creían estar rindiendo culto. Largos años de espera y resentimiento madurando en una prisión diseñada para el eterno tormento; hasta este momento.
A pesar de todo, los hombres continuaron trabajando, hasta el último en perecer entregó su aliento final en nombre de aquella deidad.

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