sábado, 21 de septiembre de 2013

Caso nº4: Krokodil y Duchamp.


Catálogo de experimentos fallidos en seres humanos año 2011.
Caso Nº04: Krokodil
Procedimiento: El sujeto está dormido, todavía no fue anestesiado, se tomó un vodka que había guardado y se desmayó, debemos retrasar la operación un día.
Luego de que el sujeto amanece con una pesada resaca, es anestesiado. Pero la anestesia no hace efecto, el sujeto pide más cantidades de "lo que sea que me hayan inyectado". Luego de molestar un rato el sujeto finalmente se duerme.
Es inyectado con 3mg de la sustancia conocida como "Krokodil" la droga que es furor en Rusia y causa severos casos de gangrena.
Resultados: El sujeto se despierta y declara haber tenido un sueño importantísimo, una revelación, que debe actuar en seguida para salvar a la humanidad. Para el momento en que se levantó de la camilla se olvidó de tal "epifanía" y se instaló en los ordenadores del establecimiento a jugar Carmaggedon, insultando a todo peatón que se cruce, evidentemente sin entender la lógica del juego.
Conclusión: El sujeto se retira despidiéndose amablemente, a los dos días envía un mail declarando que cambió completamente su piel, cual serpiente/vívora, y que le vino al pelo porque la piel que tenía antes "se le irritaba mucho". Agradeció por nuestro tratamiento y comentó que la estaba pasando de lujo en Pehuen Co.
Probaremos la misma droga en otro sujeto, ya que son fuertes las teorías de que el experimento falló por la calidad del objeto de experimento.

Fuente: "Archivos confidenciales de la KGB" en Wikipedia.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La orden de los bañeros de Pehuen Core (conclusión)


                                               (Reproducir la siguiente canción para una lectura más acorde)


Habiendo terminado con la amenaza de una manera tan sencilla, dudé frente a la idea de acercarme. Pero luego pensé que semejante heroísmo debería inspirar valor antes que terror, así que mediante una breve votación decidimos bajar para hablar con nuestros salvadores.
Aquel cuyas patillas estaban tan cargadas de autoridad como el bigote de un militar de alto rango, permanecía con un vapor anaranjado a su alrededor, al igual que en sus ojos, pero se esfumó una vez que nos aproximamos, para ser reemplazado por una sonrisa autoritaria que dominó su rostro.
-Han sido valientes al permanecer hasta último momento, eso es algo que nuestra orden aprecia- Dijo, con una voz digna de locutor de radio. Nosotros simplemente nos limitamos a una ligera sonrisa e inclinar la cabeza tímidamente hacia un costado, para no interrumpirlo. Sólo cuando el silencio se tornó un poco incómodo, mi amigo el Doctor H atinó a preguntar -¿Qué eran exactamente esos seres que emergieron del estrepitoso mar el día de la fecha?-. Observando a sus compañeros en una pose que le daba un aire de superioridad, el líder de las imponentes patillas respondió: -Hoy a la tarde recibimos una llamada del puerto notificando que un submarino nuclear se había estrellado en las proximidades de este, nuestro balneario.- Se acomodó el rizado cabello para quitarlo de su frente y continuó – A pesar de que en un primer momento intenté parecer despreocupado, sentí un pequeño temblor en mis patillas, un temblor que no debía ser ignorado. Entonces comencé a cuestionar la causa del hundimiento de este submarino y fue en ese momento que mis patillas se erizaron como lo hacen los gatos al alarmarse, advirtiendo el inminente peligro-. Una gaviota se posó en su hombro, modificó su pose heroica ahora enfrentado al sol, para luego continuar:
-No sé si ustedes están informados de la historia del “Barco Hundido” aquí en Pehuen Co-. Debido a que frecuento este balneario desde que tengo memoria, estaba familiarizado con dicha historia. No podía dejar pasar esta situación idónea para hacerme el erudito en el tema, de esta manera, respondí: -Sucede que si, conocemos que se trata de un barco de mercaderes del siglo XIX/XX que encalló en la costa cercana en su camino al puerto de Bahía Blanca y que su nombre es erróneo dado que en realidad el barco no se encuentra hundido, sino encallado-. Una vez que concluyó mi oportunidad de ostentar los conocimientos, continuó aquel representante de esta orden: -Entonces asumo que conocen el motivo por el que encalló, aquel otro naufragio que lo distrajo del camino- mientras me rascaba la cabeza atiné a responder un -Eeehh…- que dejaba en claro cuánto había profundizado en el tema, en un intento por ganar una pausa y, con el tiempo en mi favor, recordar aquel evento para conservar la erudición. –Aquel barco del Siglo XVI que transportaba al afamado practicante de artes arcanas y oscuras, uno de los acólitos de esas religiones olvidadas y prohibidas por sus consecuencias. Estoy hablando de Jean Claude Courier, quien viajaba a bordo con destino a las Américas para convivir con los “salvajes”, si se me permite utilizar la terminología de aquel entonces, y dejar que ellos decidan su destino. Según cuentan los registros de un superviviente, una tormenta inesperada sacudió el barco y este se hundió en un espiral del que emergía una inesperada fuente de luz. Un único tripulante sobrevivió, simplemente porque el prisionero esoterista le advirtió  con una semana de anticipación. Luego de confesar lo acontecido en una capilla cerca de lo que hoy son las Islas Maciel, se suicidó-. Como si estuviese de acuerdo con lo que decía el líder, la gaviota que posaba sobre su hombro emitió un sonido –Afortunadamente el cura que lo atendió decidió registrar las palabras de este hombre, según esos documentos aquella tormenta era un agujero en el tiempo que el ocultista había creado. La embarcación en la que se encontraban viajaría por un mar sin fin en un lugar donde deambularían hasta que una energía superior a la utilizada en un primer momento para abrir la puerta a este universo paralelo, se manifieste en las proximidades del plano terrestre. Hasta que esto sucediera, el ocultista se alimentaría de la fuerza vital de los marineros y los transformaría, a través de un lento proceso, en sus leales súbditos-.
Aprovechando que nadie lo interrumpiría, dado que nuestras expresiones de sorpresa eran dignos de estar representados en un monumento al centro de una plaza, inhaló el aire cálido proveniente del océano, para proseguir –Dado que la energía atómica es considerablemente poderosa, decidimos chequear que todo esté en orden-, -¿Y el barco hundido dónde entra?- se atrevió a desafiar la compañera sentimental del doctor H. Con un súbito despertar del viento marino que extendió sobre nosotros el aroma de la sal, una sensación que pondría los pelos de punta a cualquiera que tenga el colesterol alto, con los últimos rayos del Sol, que se escondía a los lejos, nos respondió –El “Barco Hundido” tuvo la mala suerte de pasar justo por encima del lugar donde, años atrás, se abrió este vórtice, lo que provocó trastornos en todos sus tripulantes, convenciéndolos de que la mejor idea era estrellarse contra la costa y, en caso de sobrevivir, formar una banda que se llame “Tan Biónica”-, -Eso lo explica todo- dije, habiendo satisfecho mi curiosidad. – Ahora bien, acuérdense de agregarnos en Facebook, no arrojar basura en la playa ni hacer fogatas. Espero, nos veamos pronto, ciudadanos. ¡Adiós, besi, nos venom!-
En ese momento los bañeros montaron sus torpedos anaranjados y se retiraron enfrentando al Sol, concluyendo lo que fue la puesta de Sol más larga, heroica y bella de mi vida.

Crv.

martes, 17 de septiembre de 2013

La orden de los bañeros de Pehuen Co (Parte 1)


Dia número tres en la costa. Me encuentro en un búnker de sábanas cuya utilidad bélica es semejante a la de una pistola de agua para niños. Durante la tarde del presente día me encontraba leyendo en la playa, disfrutando de dulces melodías provenientes de los auriculares cuya intención era opacar completamente los llantos de los niños, conversaciones narrando la vida nocturna de la localidad y los gritos del vendedor de churros que, por momentos parecían cantos chamánicos de una sociedad tribal nativo americana, no dejaban establecer las condiciones necesarias para tomar seriamente el libro que me encontraba leyendo.
Fue en esas condiciones en las que, de una manera tan repentina e inesperada como la de un atentado en una guardería, se hizo presente un amigo con su acompañante sentimental. Y tal como deben sorprenderse aquellos testigos de un niño de tres o cuatro años de edad que lleva consigo un C4 hecho con plastilina para inmolarse frente a sus compañeritos, lo hice al verlo acercarse en un lugar tan remoto.
Luego de un cordial saludo comenzamos a intercambiar información y opiniones sobre distintos temas, todo esto mientras compartíamos una bebida local que aprendí a apreciar hace años, llamada “Mate” por los locales. De esta manera contemplamos el bello contraste entre los matices claros de aquellos sectores que en la lejanía se fundían con el sol, y aquellos que en un acto de rebeldía hacia la luminosidad, comenzaban a dar lugar a la luna y su horda de estrellas encargadas de rellenar el techo nocturno.
Las pequeñas dunas formadas por pisadas de transeúntes que circulan por la playa erigían como pequeñas montañas bañadas en cobre, mientras que una parte del mar exhibía un camino de plata que conducía derecho al encuentro con el encargado de diseñar este bello paisaje, el Sol.
Tendría que ser muy importante el evento semejante como para quitar la vista de dicha obra de arte que cambiaba con cada capricho del sol.  Pero  aquello que emergió del agua no era algo para ser ignorad, ni siquiera por esas maravillosas escenas que ocasionalmente nos otorga la naturaleza y el ojo humano en perfecta combinación. Su aspecto era similar al de la figura humana, pero decorada con todo tipo de fauna marina, algunos llevaban vestimentas demasiado antiguas aunque las perfectas condiciones en las que se encontraban harían dudar a cualquier arqueólogo que intente datar su antigüedad por algún método de datación relativa.
Inmediatamente dirigí la mirada hacia mi estimado amigo y supe lo que significó esa mirada que brindó como respuesta, supe que esa mirada resumía la confusión de sentimientos generada por la repentina aparición de unos seres cuyo aspecto y andar sugería hostilidad y terror. Pero que también cumplía el sueño de aquellos cuyo tiempo de vida había sido consumido, entre otras pocas cosas, por obras de ciencia ficción de todo tipo. Ser testigo de una amenaza desconocida en un lugar tan apartado como Pehuen Core puede ser un hecho orgásmico para cualquiera de los sujetos antes mencionados.
La pregunta que se estarán realizando debe ser: ¿Y cómo supimos que no eran simples seres humanos? Fácil, ningún ser humano en su sano juicio se hubiese sumergido en el mar con el frío que hacía.  Además del episodio que siguió, donde un vendedor ambulante se les acercó ofreciendo hospitalidad, comida y pulseritas. En ese momento uno de ellos arrojó un envoltorio de chicle en la arena, así como si nada, inmediatamente confirmamos que eran seres hostiles. Bueno y también lo decapitaron al vendedor, pusieron su cabeza sobre una pica y lo portaron consigo como una suerte de estandarte. Fue ese último acto de asolación el que nos hizo correr por la arena de una manera muy torpe, intentando escapar de este peligro inminente, sin servir como estandarte.
Mientras nos alejábamos, prevenimos a todos los que se encontraban en nuestro camino. En un momento unos policías descendieron al escuchar gritos que no eran de un partido de fútbol, tejo, vóley o ajedrez. Nos hicimos la ilusión de que utilizarían su cuota de poder para detener a los extraños turistas marinos, pero lo único que ralentizó el movimiento de estos últimos fue la risa que les causó el uniforme de los oficiales playeros, cosa que sufre cualquier testigo de los mismos. Finalizado ese hilarante momento, todos murieron al ser golpeados brutalmente por garrotes de coral, dejando a las pequeñas dunas de cobre cubiertas de masa encefálica, restos de órganos y con un tinte rojo que luego se transformaría en una húmeda y oscura parcela.
Era un escenario desesperante, creímos que ya no quedaba otra esperanza, que nuestros cuerpos servirían de material orgánico para la vegetación que pudiera crecer en ese ambiente, que nuestra sangre regaría la arena, que nuestros gritos serían un intento inútil por escapar. Cuando, de pronto, el contraste de un conjunto humano se alzaba sobre el horizonte, opacando al Sol, se acercaban en un ligero trote y formaban un grupo de unos diez individuos. Portaban consigo aquello que me otorgó una sonrisa y una pequeña esperanza de vida. Dado que esa figura diversa no eran otro que los afamados “Bañeros de Pehuen Core”. Mientras se aproximaban creí oír una canción de Surf Rock, como si se tratara del soundtrack de aquellos intrépidos salvadores. (“Sunset Surfer” de Naked City)
Al avistar a los bañeros, las criaturas iniciaron una carga y, como en una batalla medieval, el conflicto estalló con el impacto de ambas partes. Nos refugiamos en lo alto de los médanos, rodeados por tamariscos, desde allí fuimos testigos de la batalla observando desde lo que simulaba ser un Palco o Campo Vip. Algunos golpes parecían estar sincronizados con el oleaje, aquellos individuos marinos golpeaban con los mencionados garrotes de coral, látigos de extensas algas y algunos hasta disparaban cuyo diseño y tecnología recordaban a las utilizadas en Viejo Mundo en el siglo XVI. Por su parte, los bañeros contaban con su arduo entrenamiento y aquellos torpedos anaranjados que, en manos de alguien entrenado, pueden llegar a ser armas de destrucción masiva.
Era horrorizante observar lo que parecía ser una aplastante victoria de los invasores marinos, como también lo era el hecho de que éramos los únicos en la playa y, probablemente, las primeras víctimas en caso de que los bañeros fracasen en su rescate. De esta manera, una vez más nos encontramos frente a la amarga sensación de que todo estaba perdido, volvimos a imaginarnos como futuros restos óseos del ambiente, cuando tantos años de entrenamiento, disciplina, dieta y sacrificios a Poseidón parecían haber sido en vano. Cuando el destino del pequeño balneario prometía muertes, fuego y destrucción. Justo cuando las lágrimas de la derrota comenzaban su penosa marcha por nuestros arenosos rostros, el que parecía ser el líder de los bañeros (por el pelo en su pecho; característico elemento del macho alfa, el corto de sus pantalones y la densidad de vello en sus patillas y bigote) se puso de pie, haciendo frente a una muerte asegurada y en un último acto de fuerza, levantó su torpedo que pareció absorber los dorados rayos del sol y emitir su luz propia.
Esta luz incrementaba mientras que su portador la sostenía y emitía un aliento esperanzador para sus colegas caídos. Más sorprendente aún fue el aura que emergió de aquel instrumento e iluminó los torpedos de aquellos que habían perecido, en lo que sospeché, se trataba de un acto de resurrección. Los bañeros resucitados tenían un aura cuyo color se asemejaba al de las nubes próximas al Sol, del mismo color relucían sus ojos y a medida que se reintegraban y tomaban sus armas, las hostiles criaturas retrocedían horrorizadas frente a semejante espectáculo.
Como si de una deidad se tratara, aquel bañero cuyas patillas se asentaban en el rostro cual muelle de un puerto cabelludo, comenzó a hablar con un tono profundo y gutural que ahuyentó a las gaviotas, oscureció aún más los sectores alejados del Sol e intensificó la luz de aquellos próximos al mismo, pronunció unas claras palabras finales en un idioma que no pude reconocer para luego expulsar desde su torpedo un rayo que se incrementó con los rayos provenientes de otros torpedos para liquidar la amenaza coral al mejor estilo Death Star y no dejar otro recuerdo de ellos que no sean sus cenizas.

CONTINUARÁ EVENTUALMENTE

sábado, 14 de septiembre de 2013

Manifiesto Rigor Mortis


Había un alambre de púas en mi garganta que se encarga de lacerarla frente al mínimo intento de expresar una opinión. Creo recordar ubicarlo allí hace unos años, aunque lo siento tan ajeno que consideré plantear incógnitas al respecto. Pero las agujas que penetran mi cráneo se hunden y presionan cada vez que lo intento. Recuerdo la última vez que lloré, las lágrimas dejaron un surco en mi rostro a modo de lección, quemando la piel a medida que descendían para caer arrastrando consigo vívidas escenas que se reproducen en mi interior de una manera desesperante. Algo similar sucedió aquella vez que reí, inmediatamente sentí como se congelaba el interior de mi cuerpo para comenzar a toser, como queriendo remediar este reciente estorbo. Desde entonces asimilo las risas con el estruendo de la tos y el rojo de la sangre helada que manaba por los orificios de mi semblante.
Ahora todo eso quedó atrás, como una película que disfruto de ver acompañado por larvas y gusanos mientras me acobijo en mis sábanas de lona.


C

El sonido de la perseverancia.

Mientras cientos de humanos trabajaban, inconscientes del agotamiento, las mareas se agitaban y los cielos se nublaban. Las aves se precipitaban y huían como si supieran lo que se avecina. Un pequeño temblor, no muy fuerte pero suficiente como para alarmar a cualquiera, se hizo presente. El ruido que produjo se asimilaba a los llamados guturales producidos por las bestias de los escritos.
A pesar de estas condiciones, aquellos hombres continuaban trabajando.

Un fuerte viento comenzó a alzarse, las hojas de los árboles vecinos se rendían ante el golpe, mientras que la arena mortificaba a los humanos que permanecían expuestos. Podía sentirse la sal del mar, las aguas calientes a pesar del viento frío. Cientos de miles de insectos se elevaron para cubrir aún más los cielos.
Y, sin embargo, a pesar de estas condiciones, aquellos hombres continuaban trabajando.

Continuaban trabajando ignorando lo que sucedía ya que ellos eran quienes producían la espantosa exhibición, en un culto a su única y gran deidad a quien intentaban complacer por medio de oraciones y construcciones.
La respuesta no se hizo esperar, la deidad se hizo presente; y ese fue el momento, en el que los hombres se arrepintieron. Cuando notaron que los textos habían sido malinterpretados y alterados por el antíteto de aquel a quien creían estar rindiendo culto. Largos años de espera y resentimiento madurando en una prisión diseñada para el eterno tormento; hasta este momento.
A pesar de todo, los hombres continuaron trabajando, hasta el último en perecer entregó su aliento final en nombre de aquella deidad.

C