martes, 22 de abril de 2014

El quiebre de lo ulterior


-Ahí estás hijo de puta, te voy a romper la cabeza-.  Pero el mosquito parecía haber ignorado la amenaza de David, quién lo estampó  en una pared blanca con una fuerza exagerada.

-¿Qué onda con el mosquito?-  preguntó  Oscar tras un silencio funeral
-Me despertó, estaba soñando que se aproximaba un bombardero Stuka-
-¿Y?-
-Era el mosquito…-
-¿Qué cosa?-
-¡El avión, boludo!-
-Ahh… ahí va. Che,  ¿Dónde están los lillos?-
-Uh, tenía que comprar. ¿Vamos? Tengo una tuca por acá-
-Dale, piola-.
El contacto con el exterior fue violento, como un trago de kerosene al despertar de un profundo sueño. El sol quemaba, el calor trepaba,  todo tenía muchos colores. Camino al almacén David pensó sobre cuestiones emergentes que demandaban atención aunque no la merecían, menos aún en un momento como este. Se cuestionó si debería contárselo a Oscar, pero no era el momento. Aunque Oscar sabría qué hacer en tal situación, no lo iba a preguntar ahora. Tal vez hablar sobre el tema aligeraría el creciente peso que estaba tomando, como un pequeño espécimen de hipopótamo al que todavía le quedan kilos por desarrollar. Finalmente se abstuvo de compartirlo porque tenía la boca muy seca como para hablar.
Oscar, por su parte, confesó que no podía pensar en otra cosa que comidas, todas las que pueda conseguir en una pequeña despensa de barrio como aquella a la que se dirigían.
Se acercaba el solsticio de otoño, lo que significaba un anochecer más temprano. David se sorprendió al ver su reloj y luego las últimas tinturas del Sol en las nubes que parecían reptar por sobre una bóveda desde el horizonte. Intentó recordar aquella película donde una puesta de Sol muy artificial parecía incentivar las conversaciones existencialistas de los protagonistas. Recordó los actores, el director, pero antes de poder recordar el título se encontraban dentro de la despensa. Evidentemente el proceso llevado a cabo para intentar recordar aquella película dejó exhaustas a las pocas neuronas remanentes, dado que la pregunta dirigida por quién los atendió se sintió tan ajena como la lógica de los logaritmos la primera vez que se lo explicaron. Sólo una mente tan afectada puede poner en el mismo escalón de dificultad las preguntas “Hola chicos ¿Qué necesitan?” y “¿Qué es la fuerza de rozamiento cinético?”. Sintió, por sobre todas las cosas, una intensa necesidad de hidratarse. Envases, cierto, iban a comprar birra y comida.
-Bueno ¿Algo más?-
Y en un ataque de iluminación, como una teofanía, la gran incógnita fue revelada.
-¡Ahh!  Si, unos OCB negros.- Respondió David, con aires de una lucidez que evidentemente escaseaba. Fue todo un trámite muy complicado, en retrospectiva parecían simplemente unos minutos, pero sólo ellos experimentaron el suplicio de llevar a cabo uno de los formularios sociales teniendo en cuenta las condiciones en que se encontraban.
Oscar llevaba las cervezas, por un momento pensó en las consecuencias de soltar el envase frente al próximo auto que pase. Era consciente de que rompería mucho las pelotas, prefería gastar el resto de su vida en otra cosa, no sabía qué, pero otra cosa. De todas maneras se colgó al invertir total concentración observando como en su mente ocurría tal acción. La secuela de la misma era algo así como un ruido fuerte, líquidos varios, vidrio contra vidrio estallando y enviando montones de esquirlas a un rostro desprevenido cuya composición variaba a medida que los pequeños trozos de vidrio rozaban las facciones de su cara.
Había leído algo de eso, no recordaba cómo se llamaba, pero se trataba de las acciones que podrías pero no deberías hacer; como, por ejemplo, cuando te encontrás en el cine y sabés que se pudre todo si te levantás, te ponés a gritar cualquier boludés y orinás a los que te rodean, pensás tanto en el momento como en las cosas que precipitarían todo con una mínima acción. “Capaz David sepa como se llama es…
-¿Y?- Preguntó David, antes de que Oscar llegue a terminar de formular la oración en su mente
-¿Eh?-
-¿Te querés quedar a comer hoy?-
-Ah, dale. -
Más tarde volvieron al mercado pero no fue una gran secuencia, simplemente un trámite y nada más. Comieron un risotto con montón de verduras que probablemente estaban ya vencidas hace varios días, en un momento David le preguntó si no le molestaba que hubiesen expirado, a lo que respondió - ¿Pero vos te pensás que Hércules guardaba las cosas en la heladera? ¿Te pensás que los homo sapiens arcáicos se preocupaban por las pequeñas manchas de humedad del pan viejo?  ¡Todo bien!-
Durante la cena fueron más palabras de la banda instrumental que sonaba de fondo que las emitidas por cualquiera de los dos. Oscar estaba muy concentrado comiendo sin ahogarse. David se sumió en una mirada introspectiva y cuestionó varias de sus últimas acciones, intentando pronosticar y creer las mejores posibilidades comenzó a deprimirse un poco por la mayoría de ellas. En ningún momento sintió el ímpetu que esperaba, ese impulso positivo para salir y cambiar las cosas; para nada, todo lo contrario, mientras más pensaba, más se hundía en un océano de alquitrán lleno de cuervos que repetían las mismas preguntas, las que no quería oír, respirar duele y lo que una vez fue la ilusión de una luz ahora está carbonizado y con olor a podrido. Su resolución fue ir a armar otro.
Caminando por una cálida noche, un tanto inesperada por la época del año, la voz de Oscar dejó en segundo plano a los pocos ruidos que se manifestaron. -¿Te acordás cuando rompí un abrelatas por intentar abrir una lata de salsa que tenía una argolla?-
-Jaja, si, qué pajero.  Fue el día del último ensayo ¿no?-
-Creo que sí, sino por ahí andaba-
Y entonces David comenzó a recordar, fue entonces cuando las cosas empezaron a andar mal. Había pasado un tiempo considerable y, en realidad, no estaba todo tan mal. El problema era, más que nada, la incertidumbre por cosas cuya posibilidad de modificación disminuía con cada día que pasaba. Todo durante una contradicción constante en donde el tiempo no pasaba nunca pero cada vista en retrospectiva era para infarto. No entendía como el tiempo pasaba tan rápido sin siquiera sentirlo, sin sentir otra cosa que ocasionales resacas o ganas de comer.
Una vez en la esquina de la casa de David, se acomodaron como quien va ansioso al cine para deleitarse con las formas de vida que circulaban por la calle, destapando una cerveza y encendiendo el que habían armado “de postre”.
Después de unas caladas y un trago de cerveza, David pensó que en realidad no era tan trágico, algunas cosas eran secuencias que ya habia vivido. Tal vez la solución al resto de los problemas era pensar menos y activar más. Estaba a punto de contárselo a Oscar, cuando se sorprendió al ver una de las últimas cosas que esperaba. El reflejo de una luz azul intermitente en las superficies que se encontraban frente a él estremeció hasta el más encarnado de sus pelos del culo.
Todo ocurrió tan rápido. El patrullero se detuvo, un oficial se bajó del mismo con una cara de no muy buenas intenciones. Se acercó hacia David y Oscar, las pulsaciones de éstos como las luces del patrullero. Justo en la esquina de la casa, por salir a ver los autos, pudiendo haberse quedado escuchando música desde youtube, mirando Titanic o cualquier cosa que enganchen en la tv. En la esquina,
-Documentos-
-Sí, acá, tomá…-
Ahora era el ruido de un envase  roto, líquido y vidrios salpicando. Una gorra que representaba autoridad golpea el asfalto teñida en sangre, luego lo hace el cuerpo que la portaba. La mandíbula se quiebra con el impacto, a continuación brota la sangre que se abre paso por las canaletas de las baldosas presentes en esa vereda.
Ahora David logró lo que quería, dejar de pensar.
Dos portazos del patrullero, se pone en marcha, apaga las luces y arranca.