El pasado fin de semana estuvimos en Montevideo para reunirnos una vez más con la gente querida que allí reside y siempre nos recibe con el mayor de los cariños.
Fue todo muy intenso y es difícil ser puntual y exacto con todos los momentos compartidos, sobre todo si tenemos en cuenta los límites de este formato de mierda.
Así que me voy a remitir a uno en particular que quizá hayan adivinado por la foto en portada, o si vieron las imágenes antes de leer. Encontramos varias locaciones de la película 25 Watts.
Es una película del 2001 de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, filmada en 16mm en el barrio de Larrañaga.
Estábamos caminando por ahí y reconocí los monoblocks y la antena. Desesperadamente mientras caminábamos empecé a quemar datos para buscar el google maps y algunas anotaciones que tenía, sospechando de algunos, confirmando otros hasta que finalmente llegamos al murito, el de la primer foto y el comienzo de la película.
Es una peli que desde la primera vez me gustó mucho. Quizá por la simpleza con la que trata ese momento de la vida donde la mayor preocupación pasa por el disco nuevo de una banda, que hacer a la noche, etc. A veces miro en retrospectiva esos años y, aunque los míos hayan sido en Bahía Blanca y en otra secuencia, hay algo de fondo, transversal a los matices de barrio, bandas, etc. que pasa más por una cuestión de transición entre etapas de la vida, empezar a preocuparse por cosas que parecen mayores, sentir que no hay tiempo, que se desliza entre los dedos, que todo eso fue hace un montón y las inseguridades que con eso emergen.
Siento que la peli funciona como lo hace un encurtido: conservado en un frasco, mejorando sus sabores y propiedades.
Sabiendo que es imposible retornar y disfrutarlo otra vez, lo mejor que podemos hacer es atravesar el presente con la seguridad que será recordado como uno de esos momentos.
Definitivamente este fue el caso. La alegría del Fela al ver el murito, la decisión unánime de tomar una birra ahí sólo por la peli, sin decir nada, sólo sentarse y mirar, sintiendo el regocijo de alguien que pudo hackear la matrix para vivir todos los tiempos en uno, siendo consciente de ello y disfrutando sin otro deseo que el de estar ahí.
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